Análisis crítico del texto

 

Capítulo I

 

El primero de los capítulos que da inicio a la obra maestra de Cervantes y que comienza con la característica frase: En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero…

 Se nos describe en las primeras líneas físicamente y psíquicamente a don Quijote, además de sus costumbres y de quién vive acompañado. Nos relatan también una de sus mayores aficiones como lo era la lectura, de libros de caballerías en concreto, se le pasaban los días y las noches volando y poco a poco fue perdiendo la cabeza, esa percepción de la realidad y se iba consumiendo con el paso del tiempo a medida que iba comprando más y más libros. Destaca entre esas numerosas obras la de Feliciano de Silva que disfrutó especialmente por la variedad requiebros y cartas de desafíos además de la claridad de su prosa.

 Conforme iba leyendo y adentrándose en las caballerías de una manera progresiva, se le iba llenando la mente de batallas, aventuras, desafíos, heridas, amores, tormentas… y tuvo la más extraña, pero convenible y necesaria, a su parecer, idea de volverse un caballero andante. Reparar sus armas, y en su caballo, acechar las aventuras que tanto había leído arriesgándose a poner su vida en peligro en numerosas ocasiones.

 Con el afán de probar su restaurada espada, la rompe y la manda restaurar de nuevo para esta vez quedar satisfecho con el resultado. Posteriormente visitó su caballo, y tras días de reflexión decidió llamarle Rocinante. Unos días más le costó idear su propio nombre de caballero para finalmente venirse a llamar don Quijote, pero tomando como referencia a Amadís de Gaula decidió incluir el nombre de su reino con lo que finalmente quedó don Quijote de La Mancha.

 Lo último que le quedaba era buscarse una amada como buen caballero andante para tener a quién dedicar sus éxitos y acabó eligiendo Dulcinea de Toboso como nombre de la dama.

 En este capítulo se tratan las características principales de don Quijote, la historia detrás de su afán de ser caballero andante, y sus primeros intentos de ello. Restaura sus armas e idea un nombre para su caballo, para su dama, y para sí mismo. Apreciamos una parodia por ejemplo con la deformación burlesca de los nombres propios por ejemplo con el uso de Quijada, Quesada o Quijana en vez de Quijote. La parodia principal que estará presente a lo largo del texto es con relación a Amadís de Gaula.

 


 Capítulo II

 

En este segundo capítulo principalmente se trata la primera salida de don Quijote, tras dejar todos los preparativos listos y todo en orden, armado y a caballo, ha de oficialmente ser nombrado como caballero para así poder portar sus armas y armadura. Durante el largo trayecto donde don Quijote se hace cumplidos a sí mismo y predice las que en un futuro le serán reconocidas como grandes hazañas y heroicidades, también imita el lenguaje antes aprendido en los múltiples libros que ha leído y piensa en Dulcinea.

 En un cierto tramo llegó incluso a desilusionarse por no encontrar a nadie ni un sitio reseñable, pero, llegada la noche, como su rocín y él se encontraban hambrientos y afortunadamente encontraron una venta con la cual se les iluminó de nuevo la cara, decidieron acudir a ella y rápidamente llegaron a ella. Debido a la mente de don Quijote que ya sabemos que deforma y tergiversa la realidad como él quiere y en este caso, confunde la venta con un gran castillo, y es exactamente ahí cuando ve su oportunidad de ser armado caballero.

 En la entrada es donde dos mujeres, dos hermosas doncellas como don Quijote las describe, tiene una actitud burlesca frente a los comportamientos y el habla del próximamente caballero, esto enoja a don Quijote cuando de repente aparece el ventero para ofrecerle posada y refugio al caballero de la triste figura. Más tarde, cuando el ventero lleva a salvo a Rocinante, se reconcilia con las supuestas doncellas y estas le quitan la armadura mientras le pregunta si desea algo de cenar debido a que no pueden mantener una conversación fluida con Alonso por su gran habla y lenguaje totalmente inaccesible para ellas.

 Al ser viernes, era día de truchuela, lo único que le pueden ofrecer y a lo que don Quijote no le hace asco ninguno y acepta sin ningún tipo de problema con tal de llevarse algo al estómago y cuanto más sea mejor.

 Cuando la comida llegó a la mesa, no tenía la mejor pinta del mundo, y fue un tanto laborioso el hacer que don Quijote pudiese comer, ya que, con la celada perteneciente a la armadura aun puesta por la imposibilidad de las doncellas de retirarla previamente, era una de estas la que tenía que darle de comer. Para que pudiera beber le tuvo que dar al ventero una caña, de lo contrario, sería totalmente incapaz de llevarse el vino a la boca.

 El detalle final que culminó que don Quijote acabara de creerse que realmente estaba en un castillo fue la llegada de un castrador de cerdos, el cual con su silbato hizo creer al caballero que estaba gozando de una linda música a la vez que comía maravillosa comida rodeado de hermosas doncellas.

 En este capítulo se narra la primera salida de don Quijote donde por primera vez experimenta una de esas percepciones equívocas de la realidad al confundir una venta con un castillo principalmente. En busca de alguien para ser definitivamente nombrado caballero, se topa con una venta, y con algunas dificultades se aloja allí. Percibimos un claro ejemplo de un humor situacional con la confusión de términos: venta, castillo; rameras, hermosas doncellas; ventero, perteneciente a la nobleza castellana. También está presente en la humorística situación cuando trata de retirar la armadura sin romperla y finalmente acaba siendo ayudado a comer y beber por una caña. Los personajes presentan distintos estilos de habla lo cual es un importante elemento cómico o irónico a destacar por el hecho de muchas veces no ser entendidos entre ellos y no ser capaces de comunicarse de manera clara, natural y precisa.

 


 Capítulo III

 

Dada por acabada la cena, don Quijote se dirige a la caballeriza acompañado por el ventero, arrodillándose ante él y pidiéndole que le nombre finalmente caballero. Tras oír semejantes palabras, confuso, optó por hacerle caso al oficialmente caballero nombrándolo como tal y otorgándole ese don. El ventero incrédulo de si tras oír todos los planes que deseaba hacer don Quijote, decide seguirle el juego diciendo cosas como que estaba muy acertado. El ventero prosiguió con la conversación y le recomendó varias cosas al caballero como llevar dinero que explica era una cosa que los caballeros andantes hacían, pero no lo expresaban en sus libros debido a la obviedad que esto suponía.

 Comenzó don Quijote a pasear gentilmente por delante de la pila mientras el ventero fue a advertir de la locura de su huésped a los demás. Alguien que quiso ir a por agua, y puso a prueba a don Quijote e intentó retirar sus armas que estaban sobre la pila, pero este no lo permitió y se enfrentó en duelo rogándole a su Dulcinea que le acompañase y ayudase a vencer en esta su primera batalla como caballero. Aturdió al arriero con su lanza y cuando estaba volviendo en sí, don Quijote empleaba su lanza otra vez para aturdirlo de nuevo.

 Todos los pertenecientes a la venta acudieron a la zona tras oír los ruidos y comenzaron a llover sobre don Quijote numerosas piedras, a lo cual el ventero gritó que parasen excusando al caballero por su locura de la que antes les había hablado, pero estos no hicieron casos. Don Quijote, inmóvil para no descuidar sus armas y entre gritos contra el ventero y las otras personas, amenazó a los que les estaban tirando piedras con que pagarían por sus errores. El ventero se allegó para pedir disculpas de lo sucedido a lo que don Quijote responde con matar a todos en el caso que volvieran con lo cual le dice que se dé prisa con la ceremonia correspondiente para que eso no ocurra. Acatando el ventero las “sugerencias” propiciadas por don Quijote. Trajo a las 2 doncellas y comenzó a leer de su libro mientras don Quijote estaba arrodillado, una de las doncellas le ciñe la espada.

 Don Quijote le pregunta amablemente su nombre porque parte de la recompensa y la honra obtenida le correspondería a ella, y posteriormente le pide el nombre a la otra.

 Finalmente, don quijote se encuentra listo y preparado para emprender su viaje por fin, se despide del ventero y las mujeres, ensilló a Rocinante, y sin aportarle el coste por la estancia el ventero, le deja marchar para librarse de su presencia cuanto antes.

 Sobre este fragmento hay varias cosas que decir. En este capítulo se narra la proclamación de don Quijote como caballero. Es el ventero quien la lleva a cabo, este le sigue la corriente y le ordena que vele sus armas durante la noche, con dos horas sería suficiente, pero se acaba alargando. Al darse cuenta de su locura, el ventero se lo comunica al resto de huéspedes que van a lanzarle piedras deliberadamente debido a que don Quijote agredió a un huésped que quería arrebatarle sus armas. Se acaba quedando en nada y finalmente don Quijote consigue salir de la venta siendo caballero andante.

 La parodia o representación humorística que podríamos llegar a ver dentro de este capítulo se sitúa al comienzo del capítulo, cuando don Quijote de repente se arrodilla ante el ventero suponiendo una sorpresa en él que empieza a descubrir el carácter y la forma de ser de don Quijote.

 Una situación que se muestra y utiliza la parodia es la siguiente: como don Quijote sufre varios delirios y falsas o erróneas percepciones de los sentidos, cree que lucha contra temerosos seres y todo para en su cabeza ser merecedor de su amada, Dulcinea del Toboso. Un ejemplo es cuando nombra a Dulcinea antes de dejar inconsciente al arriero, para que esta lo apoye y le dé su confianza.

 

 

Capítulo IV

 

Don Quijote, contento por haber sido nombrado caballero, decide retornar a su casa para obtener un escudero, un labrador vecino suyo.

 No mucho tiempo después, escucha unas delicadas y alarmantes voces en el interior de un bosque, y agradeciendo al cielo por ofrecerle situaciones en las que pueda actuar como caballero, ayudar y llevar a cabo su labor, decide adentrarse en el frondoso bosque. Allí halló una yegua atada y un niño de hasta 15 años de edad siendo azotado por un labrador. Tras presenciar semejante injusticia, don Quijote decide entrometerse en la situación mientras el indefenso niño se lamentaba al labrador, para que este cogiese su lanza, se subiera a su caballo, y se midiera frente a él. El labrador, asustado, trata de justificarse ante don Quijote diciendo que es su criado encargado de las ovejas y le falta una, pero don Quijote que pilla la mentira al vuelo, consigue que desate a su criado para preguntarle cuánto le debe su amo que responde que son nueve meses por siete reales el mes. El labrador dice que no tiene dinero en ese momento y que vaya a su casa, pero el pobre criado se rehúsa por lo que pueda pasar. Don Quijote dice que confíe en él por la cuenta que le trae, y promete tomar medidas en caso de que no cumpla lo dicho.

 Don Quijote se marcha y soluciona así la primera situación que como caballero le acontece. Siguió contento con su camino mientras a Dulcinea le dice que es afortunada de tener de amante a alguien como él, pues la noche anterior fue nombrado caballero y ese día deshizo la mayor injusticia antes vista por sus ojos. Después, el camino por el que iba se dividía, y recordó los libros de caballerías cuando los caballeros andantes elegían la ruta por la que ir. para decidirlo se bajó de su rocín, y le dejó libre para que escogiese uno de los dos caminos que acertadamente se decidió por el que le llevaba su caballeriza. Tras dos millas de viaje don Quijote se encontró con unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. De nuevo don Quijote pensó que se trataba nuevamente de una aventura de las que había leído en sus libros y comenzó a elogiar a Dulcinea del Toboso por todo lo alto. Alguien le responde y le dice que se la muestre para confirmar su hermosura. Posterior a un comentario burlesco de uno de los mercaderes referido a Dulcinea, don Quijote decide acomodar su lanza para usarla contra el ofensivo mercader, pero cuando estaba en disposición de hacerlo cae de Rocinante y queda tendido en el suelo con lo que el malvado mercader comenzó a agredirle.

 Después de haberle apaleado, los mercaderes siguieron su camino y a don Quijote le fue imposible incorporarse de nuevo.

 Después de que le nombren caballero, don Quijote experimenta su primera situación de injusticia en un bosque protagonizada por un labrador y su criado. Decide confiar en la palabra del labrador y consigue un éxito instantáneo. Continúa don Quijote y localiza unos mercaderes toledanos con los que presume de Dulcinea y luego es apedreado tras no conseguir su propósito. Lo paródico de esta parte resulta, de nuevo, la aparición de Melibea en sus pensamientos y otra vez la confusión de términos reales y ficticios.

 

 

          Capítulo V


Este capítulo comienza con el malestar que don Quijote siente debido a la paliza que ha recibido por parte del mozo de mulas de los mercaderes. Tendido en el suelo y preso de su locura, nuestro caballero recordó a el Marqués de Mantua, una obra famosísima de Lope de Vega. Pensó que él mismo se trataba de Valdovinos, quien en la obra era dejado herido en la montaña por Carloto. Don Quijote comenzó a recitar uno de los romances de esta obra en el cual pedía ayuda al Marqués de Mantua, el tío de Valdovinos.

Dio la casualidad de que un labrador vecino suyo llamado Pedro Alonso pasaba por allí en estos instantes, por lo que el caballero lo confundió con el Marqués. El labrador admirado por los disparates que decía, le quitó el casco, y le reconoció como el señor Quijana, un hidalgo vecino suyo. Don Quijote hizo caso omiso a su vecino, y mientras este lo subía a lomos de Rocinante para llevarlo a su casa, el caballero recordó otra obra de renombre, La Diana, de Jorge de Montemayor. Pasó entonces a pensar que él se trataba del moro Abindarráez, y el vecino de Rodrigo de Narváez, quien lo mantenía cautivo. Mientras, el vecino intentaba hacer entrar en razón a don Quijote haciéndole ver que él se trataba del señor Quijada, y no de un caballero andante. Él, sin embargo, seguía comparando sus heroicas hazañas a las de personajes de novelas de caballerías como son los Doce Pares de Francia o los Nueve de la Fama.

Cayendo la noche llegaron a la morada de don Quijote y se encontraron un alboroto producido por la ausencia de 3 días de nuestro protagonista. Allí se encontraban dos grandes amigos suyos, el barbero, maese Nicolás, el cura, Pedro Pérez, la ama y la sobrina de don Quijote. Estas dos últimas estaban contándoles a los otros dos como lamentaban su ausencia y la manera en que los libros de caballerías habían hecho que cayese en la locura. En este momento, el labrador grita de forma irónica que abran las puertas al Marqués de Santillana y al señor Valdovinos, y al moro Abindarráez y al valeroso Rodrigo de Narváez. Todos se llevaron una gran sorpresa, y después de agradecer al vecino, lo llevaron a la cama para curarle las heridas. Don Quijote les contó su valerosa batalla, después de que el cura interrogara al labrador sobre lo sucedido. Al día siguiente fue a llamar su amigo el maese Nicolás, y juntos volvieron a casa de don Quijote.

En este texto se observan claramente tres partes. En la primera, el protagonista está solo y, malherido, recita un romance. La segunda parte se puede identificar con el encuentro con su vecino y la conversación que se desarrolla. La tercera parte se corresponde con la llegada de don Quijote a su casa y el alboroto que ello causa. De nuevo en este pasaje se combina lo trágico de la situación, con el humor que caracteriza la novela. Así, el vecino presenta a don Quijote como un Marqués para facilitar su vuelta.




         Capítulo VI



            Ya reunidos en los aposentos de don Quijote, el barbero y el cura se disponían a quemar los libros para terminar con su locura. A pesar de que la ama y la sobrina querían quemarlos todos, el cura se paró a leerlos todos para ver si había alguno que no merecía ser quemado. Después de verlos todos, decidieron salvar los siguientes: Los cuatro de Amadís de Gaula, Palmerín de Inglaterra, Tirante el Blanco, La Diana de Jorge de Montemayor, El Pastor de Fílida, Tesoro de Varias poesías, El Cancionero de López Maldonado, La Galatea, del propio autor Miguel de Cervantes, La Araucana, La Austríada, El Monserrato y Las lágrimas de Angélica. Todas estas obras son apreciadas por el cura y dice que deben salvarse. En este pasaje Miguel de Cervantes deja claro qué obras considera buenas y merecedoras de su respeto, sin embargo, no todas corrieron esta suerte. Las obras que decidieron quemar fueron: Las sergas de Esplandián, Amadís de Grecia, Don Olivante de Laura, Florimorte de Hircania, El Caballero Platir, El Caballero de la Cruz, Espejo de caballerías, Palmerín de Oliva, Don Belianís, la segunda parte de La Diana de Gil Polo y Salmantino, Los diez libros de Fortuna, El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaños de celos. Algunos de estos libros fueron quemados por tratarse de libros de caballerías, pero a lo largo de todo este exterminio de tan preciada cultura, Cervantes iba realizando pequeñas o no tan pequeñas críticas hacia estas obras.

              Si uno de los objetivos de Cervantes con esta obra era criticar los libros de caballería, en este pasaje se hace evidente. A través de las opiniones del barbero y del cura se van haciendo una crítica de muchas de las novelas conocidas en la época. Aunque también se destaca la calidad de otras. En este pasaje Cervantes se introduce a sí mismo, con cierta ironía, dado que deja en suspense el juicio sobre La Galatea, en espera de una segunda parte, que, por cierto, nunca se escribió. El humor irónico también se aprecia en la voz de la sobrina cuando identifica el ser poeta con una “enfermedad incurable y pegadiza” 

 

 

          Capítulo VII

 

Al principio de este capítulo Cervantes realiza una pequeña mención honorífica a La Carolea, León de España y Los Hechos del Emperador compuestos por Luis de Ávila, quienes habían sido quemados, y los cuales no hubieran pasado por esa sentencia si hubieran sido vistos por el cura. Don Quijote se despertó dando voces y preso de la locura, por lo que tuvo que ser calmarlo y sosegarlo. Cuando este se levantó para ir a sus aposentos junto sus libros, no lo encontró ya que había sido tapiado. Para que no entrara el cólera, el cura y el barbero idearon un plan, de manera que le dirían a don Quijote que un encantador enemistado con él había entrado por la noche y destrozado sus libros y aposento. El plan funcionó a la perfección y nuestro caballero pensó que se trataba de Frestón, un sabio encantador gran enemigo suyo. Pasó pues 15 días muy tranquilos en casa sin desvelar sus intenciones para su segunda salida. En este tiempo pidió a un labrador que le sirviera como escudero, al cual le prometió ser gobernador de una ínsula y al que acabó convenciendo para salir con él en busca de aventuras. Y así, una noche Sancho Panza, que así se llamaba su escudero, dejó a su mujer y a sus hijos y partió junto con don Quijote, subido en un asno, con una celada rota del caballero y cargado de alforjas. Salen por el campo de Montiel y establecen un diálogo sobre la recompensa que Sancho recibirá y la costumbre de los caballeros de hacer gobernadores de tierras a sus escuderos.

 Varias son los hechos a destacar en este capítulo. Por una parte, los propios personajes juegan con la realidad y ficción. El cura, la sobrina y el ama le hacen creer a don Quijote que ha sido un encantador el que se ha llevado su aposento. Por otra parte, se introduce de forma clara la existencia de clase sociales, y sus motivaciones. Así, mientras a don Quijote le mueve un objetivo noble, aunque no duda en prometerle dinero a Sancho para tal fin, a Sancho le mueve el deseo de obtener dinero y poder que le haga salir de su situación. Se ironiza en varios pasajes sobre ambas clases sociales, dado que se ridiculiza tanto a don Quijote como a Sancho. El humor también se muestra en varios pasajes, como cuando Sancho dice que su esposa no sirve para reines y que estaría mejor como condesa. Finalmente, es en este capítulo donde primero se muestra la oposición entre el personaje idealista (don Quijote) y el materialista (Sancho), que tanta repercusión había de tener en la literatura posterior. Don Quijote sale en busca de aventuras con el único fin de luchar contra las injusticias del mundo para así hacer de este mundo un lugar mejor, y en su cabeza los bienes materiales no toman importancia, solamente busca acabar con todo mal. Sin embargo, Sancho Panza es todo lo contrario. Él solo sigue a don Quijote por los beneficios que pueda obtener de ello, como en este caso la ínsula y el título de gobernador que el caballero le prometió. Ambos salen persiguiendo un objetivo muy distinto.

 


Capítulo VIII


 Al comienzo de este capítulo suceden una de las más famosas batallas de este libro, la batalla contra los molinos. Andaban nuestros protagonistas por el llano de la Mancha cuando aparecieron 30 o 40 molinos enfrente. Don Quijote se alertó y avisó a Sancho de que se encontraban delante de 30 desaforados gigantes, a los cuales debía combatir y quitar la vida. Sancho intentó hacer entrar en razón a don Quijote, haciéndole ver que no se trataban de gigantes, sino de molinos, y eso largos brazos que avistaba, no eran brazos sino las aspas de los molinos. Sin escuchar, don Quijote arremetió contra los molinos y una ráfaga de viento hizo girar las aspas que acabaron golpeándole fuertemente, destrozando su lanza y lanzándolo a él y a Rocinante por el campo de la Mancha. Sancho Panza acudió a socorrerlo y don Quijote negó que se tratara de su necedad, sino de obra de Frestón quién había cambiado los gigantes por molinos para no dejarle gozar de su victoria. Estando don Quijote sin lanza, hace mención a un soldado llamado Diego Pérez de Vargas, que cuando se le había roto la espada, arrancó un tronco de una encina y con el derrotó a un sinfín de musulmanes, siendo apodado así Vargas y Machuca. Dialogando los dos, don Quijote decía que no le estaba permitido a los caballeros andantes quejarse del dolor, mientras que Sancho considera que a él si le estaba permitido como escudero y pensaba quejarse de todos sus males. Esto sacó la risa de nuestro caballero, quien se lo permitió, ya que en ningún libro decía lo contrario.

 Aquí como en muchos otros pasajes se puede ver la fidelidad que don Quijote le guarda a la orden de caballería, sigue al pie de la letra todas las normas para así ser el mejor caballero andante.

 Se quedaron pues a dormir en una alborada y mientras Sancho dormía plácidamente, don Quijote pasó la velada pensando en su hermosa Dulcinea. Siguieron a la mañana siguiente por el camino del Puerto Lápice, donde al comienzo el caballero le recordó a su escudero que bajo ningún concepto debía interrumpir una batalla entre caballeros, porque así la orden de caballería lo decía. Prosiguieron nuestros protagonistas y se encontraron dos frailes de la orden de San Benito seguidos por un coche rodeado de cinco de a caballo, donde venían una señora vizcaína que se dirigía a Sevilla. Don Quijote confunde a los frailes con encantadores y a la señora por una princesa secuestrada por estos, y a pesar de las advertencias de Sancho, nuestro caballero decidió intervenir. Después de intercambiar unas palabras con los frailes, los cuales no sabían de que hablaba, decidió arremeter contra uno de ellos, el cual se salvó de milagro, saliendo corriendo posteriormente. Cuando don Quijote fue a consolar a la señora, el escudero del coche le mandó apartarse de su camino sino quería morir.

 Mientras, paralelamente, el resto de los mozos arremetieron contra Sancho y le metieron una paliza aprovechando la ausencia de don Quijote. Al finalizar vuelven a la disputa. Las palabras del vizcaíno provocaron que se enzarzaran en una batalla, la cual terminó con los dos con las armas en alto preparados para batallarse. La interrupción en el pasaje se justifica porque el narrador decía no haber encontrado más escritos sobre las hazañas de don Quijote.

 De nuevo en este capítulo se muestra la visión distorsionada de la realidad, la mezcla de realidad y ficción, y las diferentes perspectivas con las que se puede interpretar la realidad: para don Quijote son gigantes, para Sancho molinos.

 En este capítulo también aparece una de las novedosas técnicas de Cervantes, la polifonía narrativa. Al final de este capítulo se nos introduce un segundo narrador el cual dice no tener más escritos sobre don Quijote del primer narrador. El análisis de esta polifonía narrativa y su importancia, ha sido desarrollada en este mismo blog.

 Finalmente es de destacar, la innovación que supone cortar una escena en un momento de suspense. Cervantes se puede considerar el creador de esta técnica, ya que deja al lector en suspense impaciente por descubrir qué pasa con la batalla. Sin duda, esta técnica ha tenido repercusión en la literatura y, sobretodo, en el cine, la cual ha sido ampliamente utilizada para crear suspense (pensar por ejemplo en los cortes que se hacen entre capítulos de una serie).

 

 

Capítulo IX


               Este capítulo comienza con el segundo narrador hablando ya en primera persona como un personaje más de la obra. Él lamenta no poder continuar tan magnífica historia y se niega a creer que ningún sabio hubiera continuado la historia, elogia la creatividad de la historia y la valentía de don Quijote. Este personaje nos pasa a narrar cómo encontró la continuación a esta historia un día paseando por Alcaná de Toledo. Andaba un mozo vendiendo cartapacios y papeles viejos, cuando nuestro narrador, aficionado a la literatura, compró un cartapacio con caracteres arábigos. Curioso, se lo llevó a un morisco aljamiado para que se lo tradujese al castellano. Este comenzó a reír al leer una anotación sobre Dulcinea del Toboso, y al darle la noticia a nuestro narrador, este se quedó atónito al darse cuenta de que esos cartapacios contenían la historia don Quijote. El morisco le dijo que se trataba de una obra titulada Historia de don Quijote de la Mancha de Cide Hamete Benegeli.

Alegre de haber descubierto la continuación de la historia, compró todos los cartapacios y se los llevó al morisco para que se los tradujese todos al castellano, el cual prometió hacerlo fielmente a la obra original. El morisco tardó mes y medio en traducir la obra, de la cual el narrador dudaba de su fiabilidad por la procedencia del autor. Afirmó que si alguna parte faltaba sería por culpa del autor árabe, y así prosiguió a contarse la historia de nuestro caballero.

Retomando la batalla entre el vizcaíno y don Quijote, el primero descargó un fuerte golpe sobre nuestro caballero, pero la buena suerte estuvo de su parte lo que hizo errar al vizcaíno en el golpe que hubiera terminado la contienda. Don Quijote aprovechó esto para descargar un fuerte golpe de vuelta, y a pesar de que el otro se protegió con una almohada, eso no bastó para que le golpe le hiciera sangrar por todos los orificios de la cara. Estaba a punto de ejecutarlo cuando las señoras del coche pidieron misericordia. Ante esta suplica, don Quijote dijo que le perdonaría la vida si juraban que el vizcaíno iría junto a Dulcinea para servirla, a cuya petición las señoras aceptaron sin ni siquiera saber quién era Dulcinea.

De nuevo la ironía de este capítulo es notable. Por una parte, dado que en esa época los árabes eran tachados de mentirosos, Cervantes le da un autor arábigo a esta segunda parte de la obra. Los adjetivos empleados, como también ocurre en otros capítulos, también juega con esta ironía. Así, habla de una estupenda batalla o de batallas nunca vistas, cuando en realidad son bastante ridículas.

               Además, se juega nuevamente a la mezcla de realidad y ficción. Esta mezcla no está solo en la mente de los personajes, sino que se juega también con la veracidad o no de la obra, dentro de una obra que por sí es ficción. Esto dota de gran complejidad a este capítulo.




          Capítulo X


Sancho, ya recuperado de la paliza, fue a ayudar a don Quijote a subir a Rocinante y le agradeció su victoria en la encrucijada. Le advirtió a don Quijote de que la Santa Hermandad les podría prender, pero nuestro caballero seguía ceñido a su papel de caballero andante y afirmaba que no había nunca leído que un caballero andante hubiese sido prendido.

Posteriormente, entran en un diálogo sobre un famoso bálsamo conocido como el bálsamo de Fierabrás, y del cual don Quijote conocía la receta, aunque no se la da. Sancho continúa curando al caballero de las heridas de la batalla.

Aquí Cervantes realiza otra mención al Marqués de Mantua, ya que don Quijote jura no comer ni gozar con mujeres, igual que este lo hizo cuando prometió vengar la muerte de su sobrino Valdovinos. También hace otra referencia al yelmo de Mambrino que se decía que quien lo portaba se hacía invulnerable.

No sucede nada de interés en el resto del capítulo. Ambos siguen dialogando sobre lo que debe y no debe hacer un caballero andante como es don Quijote, pasando la noche en el campo al descubierto.

            De nuevo en este capítulo se contrapone la personalidad de ambos protagonistas. Pancho, realista, pensando en una posible cárcel por el enfrentamiento con el vizcaíno, y don Quijote, en su mundo ideal de las caballerías, en el cual, lógicamente, ningún caballero va a la cárcel. También se observa el carácter de Sancho Panza que siempre está pensando en una recompensa que justifique su viaje: está dispuesto a cambiar la ínsula por una receta que considera muy valiosa. Por otra parte, se muestra de nuevo que El Quijote no es nada inocente a veces, dado que, para retenerlo, no le da la receta, sino que la pospone a una entrega futura.

 




A continuación el cómic del capítulo VIII, el de los molinos.


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Cuando al comienzo, nuestro profesor de lengua castellana y literatura nos encomendó este trabajo, nos pareció una tarea bastante complicada...